Giulia la Bella
Et mon sein, où chacun s’est meurtri tour à tour,
Est fait pour inspirer au poète un amour
Éternel et muet ainsi que la matière.
Baudelaire
dama com unicórino (Rafael)
«Para ahuyentar esos pensamientos desazonantes, que proclamaban mi inicial y estúpido fracaso —un fracaso cuya magnitud yo no había vislumbrado en el momento, por falta de experiencia cortesana, pero que mi vigilante abuela me había dado a entender sin disimulo—, me refugié en el amor de Julia. Siempre he necesitado, cuando me sentía solo y media mi debilidad, refugiarme en un hombre o en una mujer, y puesto que no contaba con mi abuela, a quien había incumbido —itan luego de ella!— echarme en cara el daño simbólico que yo les había causado a los míos, busqué abrigo en el recuerdo de una niña de quince años. El sentimiento que ella despertaba en mí se avivó y creció, como si hubieran soplado sobre una llama tenue, porque Julia representaba para mi, frente a la idea de derrota y de incapacidad que surgía de mi blanda transigencia ante la postergación ofensiva de Bolonia, la idea de triunfó, ya que su promesa de matrimonio, tan halagadora, tan exactamente ajustada en el planteo de mi abuela, atestiguaba que yo era capaz, si me lo proponía, de rematar mis aspiraciones y de publicar a la faz del mundo que merecía ser el duque de Bomarzo. Mi amor por Julia brotó así de la cobardía y del agradecimiento. No entró en mis cálculos lo que podia deberle en su conquista a la magia oscura de Sílvio. Unicamente pensé en la victoria que derivaba de Júlia que compensaba otros descalabro, no solo aquél,circunstancial, del desdén que habia sufrido en Bolonia, sino hasta la frustracíon que implicab mi giba. Júlia me aceptaba tal cual era y esso bastaba para que yo me sentiera redimido y para que me consagrara a amarla con todas mis forzas.»
por Rafael
«La imagen de Júlia Farnese volvió a resplandecer como un incensário balanceado. Paz y que me amaran: he ahí lo que yo pedia. Era mucho pedir. Era pedir todo.
¿ Qué daria a cambio? Podía cambiar una sarta de perlas por unos pavos reales muertos, cuyos cadáveres mande transportar a leguas de Bomarzo, para los quemaran donde no nos alcanzaria su sinistro influjo, pero por le amor de Júlia y por la calma que anhelaba mi espiritu, nada tenía que dar. Levante mis manos hermosas, en la soledad de mi câmara y las vi vacías y transparentes, débiles, inútiles.»«Julia se echó a reír y tornó a cubrirse.
—¿Eres amigo del Diablo? —me preguntó.Tanto como aquella presencia insólita, me sorprendía su actitud.
—Ignoro cómo está aquí —murmuré—. Es materia de hechicería.
—¿Crees en ella?
No le contesté. Buscaba, sobre las mesas, algo, un instrumento punzante, para destruir la efigie. Mi espada y mi daga habían quedado en la vecina habitación.
—La haré añicos. O no; mejor llamaré a Silvio para que la conjure. Y mañana sabré quién la ha puesto ahí.Ella tomó a reír.
—Déjala. No llames. Déjala estar.
—Pero no entiendo cómo ni quién la ha colocado en ese muro. Julia arrojó su veste sobre el respaldo de una silla y sus pliegues ocultaron la cerámica perversa. Ahora estaba desnuda de nuevo, estirada entre las colgaduras.»
«Me senti solo, inerme, frente a ella que estaba sostenida, en cambio, por una fuerza incógnita, fruto quizás de la experiencia.Pero ¿no me asistía a mí mi experiencia de hombre?, ¿qué me pasaba?, ¿por qué venía a sumarse ahora, al ridículo ineludible de mi físico, este otro ridículo con el cual no conté y que me colocaba en una posición tan falsa y tan insegura, trastrocando grotescamente los papeles sin que nada concreto lo justificara? Me fui despojando del lucco,como si toda la escena fuese una pesadilla, intensificada por el horror culminante de tener que exhibirme desnudo delante de Julia. Eso -y lo subrayo como he subrayado cada sensibilidad mía en esta pública confesión— es lo más tremendo del caso: que lo que por el momento me angustiaba primordialmente era lo que concernía a mi vanidad estética, al pavor de exponer mi tara, y no a la duda surgida de la actitud de Julia y que implicaba una posible traición. Primero se planteaba mi problema inmediato y obvio; el de Julia, desconocido, se postergaba. La herida en el corazón de la vanidad motivada por mi pobreza física, podía más que la herida causada por una infidelidad que, de ser cierta, hubiera debido desesperar-me incomparablemente más. Pero no quise pensar en eso, o no pude. La joroba crecía sobre mi espalda, sobre mis hombros, sobre mi frente, cegándome. Tenía que exhibirme por fin, y mientras ella se reclinaba sobre los almohadones con la indiferencia de una meretriz (o con la serenidad de una mujer de temple que encara la esencia del matrimonio, no como un azaroso sacrificio, sino como un paso tranquilo hacia la comunidad de la existencia, pues cabía también esa interpretación), a mí me castañeteaban los dientes.».
Manuel Mujica Lainez, Bomarzo [8ªed, editorial Sudamericana, Buenos Aires,1998]
{Para o João Marchante }